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Ahora estรก en la garita, se llevรณ un libro, sus notas, la pluma y ese bolsito donde lleva sus tesoros. Ahรญ se esconde (ยฟo se libera?) cuando necesita volverโฆporque esa esquina desbordante hacia la mar hace que se sienta vulnerable al pasado, pero no en un sentido doloroso sino en un sentido de piel. Volver a sentir, sentir algo, lo que sea, pero sentir. Es un camino de vuelta al hogar, como quien es Penรฉlope y espera a Penรฉlope.
De las ruinas podemos pensar que no queda nada, pero los cimientos lo son todo y si hay cimientos significa que existe la posibilidad de edificaciรณn, de todos lados se puede recuperar un pedazo de puente y un pedazo de escalรณn y no serรกn lo mismo para lo que fueron hechos, pero sus piezas organizarรกn un futuro que se resiste a ser escombro, entierro y muerte.
โSoy Letz, la รบnica que volviรณ a la garita por ahoraโ. Piensa mientras mira las paredes redondeadas y la luz de las pequeรฑas ventanas por donde entra el sonido de la mar. Ahora se gira y encuentra las iniciales que dejรณ Darika hace doce estaciones. No se han podido borrar, ni la D ni la L. Como con tantos recuerdos, Letz vuelve a ese dรญa y trata de recorrerlo entero para vivirlo y curarse la รบltima piel.
Caminaba por uno de esos pasillos laberรญnticos donde el parquรฉ hacรญa todo muy difรญcil, porque las grietas que forman estructuras geomรฉtricas dan hastรญo y no permiten ni siquiera sentir una fisura real del alma, de los pies al caminar entre esas tierras lejanas. Sabรญa que en cualquier momento la noche podrรญa ocupar su cuerpa y por eso volteaba constantemente para atrรกs, hacia el acecho que era su mente ya poseรญda. Dos o tres minutos de largo silencio bastaron para escuchar el goteo de su sangre adentro, el ritmo de los alimentos acomodรกndose en sus vรญsceras, un crujido en el cerebro porque no tenรญa claridad sobre las cartas de Darika. En el fondo, la posesiรณn, el acecho, su piel final, nada de eso importaba, lo รบnico que daba vueltas una y otra vez en espiral eran las letras de su amora. Cรณmo poder interpretar esas imรกgenes y unir las piezas que ella siempre le dejaba como pistas. Vivรญa en un puente de letras, un puente colgante que lo mismo daba a la montaรฑa que al rรญo. Descalabro o plenitud, era el riesgo de la interpretaciรณn, de todas las pistas. A veces acertaba y venรญan dos dรญas gloriosos, a veces erraba y eso representaba un retroceso de aรฑos. Aunque con el tiempo logrรณ comprender que no hay retroceso con Darika, todo se trata de vivir y en ese sentido la direcciรณn es ambigua o mรกs bien la รบnica direcciรณn es la muerte y lo รบnico verdaderamente importante era vivirla, vivirse. Asรญ que despuรฉs de los dos o tres minutos encontrรณ el portal.
Como en los sueรฑos recurrentes, salir del laberinto, entrar al laberinto. Tres puertas y una escalera. Arriba de la escalera nuevamente tres puertas. En todas estaba Darika pero, como el gato en la caja, las posibilidades eran infinitas. Dak sublime, Dak entre serpientes, Dak del otro lado del cristal, Dak en una nube, Dak muda, Dak de espaldas, Dak desnuda. Al principio de los tiempos el juego le parecรญa cruel pero a travรฉs de las arenas esto se volviรณ adictivo y sin condiciรณn jugaba, se habรญa vuelto su vida, su pan.
La perilla fue girada, todos los tiempos revueltos nuevamente, la garita futura, el laberinto pasado, cosechas, un lago congelado, niรฑas corriendo detrรกs de una conejita, el maรญz, dos cuarzos, huesos, todo, absolutamente todo se revolvรญa en la espiral del tiempo, como si de un cuรกsar se tratara el tiempo y el espacio y toda la locura acumulada en Letz y Darika, inventoras atemporales del placer lรฉsbico.
โข
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