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La práctica de acompañarnos entre mujeres es milenaria. Es un acto político radical.
Nos hemos acompañado en los procesos vitales: caminando, creando, descubriendo, haciendo memoria, resistiendo, haciendo rebeliones cotidianas, protestando… sanando.
Siempre digo que estamos aquí gracias al acompañamiento de -al menos- una mujer. Aún en la peor de las miserias orquestadas por este sistema, nuestra cuerpa genera movimientos con otras mujeres, para mantenernos con vida y seguir escuchando las memorias de sospecha y rebeldía, para recordar la utopía.
¿Cómo hacemos del acompañamiento una práctica recíproca? ¿Cómo honrar nuestros acompañamientos? ¿Cómo nos podemos acompañar desde un lugar situado, pero colmado de memoria, politizado y al mismo tiempo generando prácticas de ternura. ¿Cómo recuperamos, cultivamos y cuidamos nuestros procesos?
En nuestras cuerpas siempre están las memorias, las rutas, las raíces, las respuestas.
Acompañarme a mí ha significado irme historiando, buscar, preguntar sobre mis ancestras, hablar con ellas, indagar lo más que pueda, escribir, llorar, rabiar, re-sentir, incluso colapsar. Acompañarme ha significado recordar estas historias, comprender que no son “muy personales”, que no sólo me ocurren a mí, comprender su dimensión política, mirar de cerca la estructura del sistema feminicida que lleva a perder la alegría de vivir, al empobrecimiento, a la enfermedad, al suicidio de las mujeres… Sólo desde el fondo más hondo pude estar situada de tal manera que vislumbré mi vida, la importancia de historiarme, politizarme y sanarme, y al mismo tiempo historiar, politizar y sanar con/a mis ancestras. Se lo merecen y me lo merezco. Acompañarme ha significado acompañar a otras, de la misma manera que acompañar a otras ha significado acompañarme.
Esta propuesta de acompañamiento ha vivido un proceso extenso y sólo con el tiempo y las vivencias acuerpadas, se asentaron movimientos radicales trascendentes, tejidos les llamo. Somos tejedoras de procesos y en ese hilar es necesario historiarnos, politizarnos y sanarnos a partir de nuestras tomas de consciencia (darnos cuenta), de posicionamiento (nutrir nuestra base política), de decisiones (generar rutas para vivir) y de acciones (hacer). Acompañando procesos base: alimento, movimiento y descanso. Y hacerlo desde el único espacio que somos: la cuerpa. En pocas palabras se trata de cultivar, cuidar y florecer cotidianamente lo que sentimos, pensamos, ingerimos, decimos y hacemos.
⚢